En Colombia el conflicto armado ha dejado un poco más de siete millones de víctimas, casi la mitad son mujeres. Esta es la historia de una mujer que logró construir un ‘pueblo’ de solo víctimas de la guerra: Valle Encantado.
Se llama María Zabala, tiene 60 años y ocho hijos. Nació en Valencia, Córdoba, un departamento atravesado de sur a norte por el río Sinú y la violencia. Es hija de un violador, al que nunca quiso conocer y sin embargo lleva su apellido. Le mataron a su esposo, a un hijo, y al tío y a un sobrino político.
A su madre la violaron a los 13 años, en la época de los cincuenta, cuando empezó en Colombia la llamada Violencia, un enfrentamiento entre liberales y conservadores que duró más de una década y dejó cerca de 300 mil muertos. De las peleas políticas se pasó a las ideológicas. Se crearon las guerrillas, que aún siguen combatiendo. Luego, a finales de los setenta, llegó el modelo paramilitar: grupos de extrema derecha que querían combatir a la guerrilla. Eran legales, autodefensas apoyadas por las Fuerzas Militares. Pero, a finales de los ochenta, ya eran grupos al servicio de los narcotraficantes. Las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU), bajo el mando de Carlos Castaño Gil, fueron la mayor expresión del paramilitarismo. Entre los años 2002 y 2006, estos grupos se desmovilizaron y muchos de sus líderes fueron extraditados a los Estados Unidos, pero el mal no acabó, se reorganizaron y ahora se llaman bandas criminales (bacrim).
Era el 14 de diciembre de 1989. María vivía en San Rafaelito, una vereda cerca de Montería. Por la radio anunciaron que faltaban 10 minutos para las seis de la mañana. Enseguida, María escuchó los primeros disparos y la voz de un hombre que decía: “sepan que los vamos a matar a todos”. Hombres del clan Castaño habían llegado a su parcela a quemar y matar. Ella, embarazada y con siete hijos, estaba con su esposo Antonio Polo. Después, vio a su esposo con la cabeza destrozada por un disparo y a su hija Lilia, de un año, pringada por la sangre de su padre, desnuda porque él la acababa de bañar. María esperó que estos se fueran y recogió a sus muertos antes de que se hicieran cenizas. Abrió dos fosas, en una metió a su marido; en la otra, al tío y al sobrino. Les hizo una promesa: volvería por ellos. Ese día, a las mujeres y a los niños más pequeños de la familia Polo Zabala, no los mataron, pero los dejaron sin casa, sin padre y sin esposo.
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Córdoba es tierra de más de 200 mil víctimas, según datos de la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas. Si uno sale de su capital, Montería, y llega al corregimiento de Las Palomas, a 12 kilómetros de allí, queda Valle Encantado, más conocido como “las viudas” porque es el hogar de María y de otras 14 mujeres desplazadas de diferentes partes de Colombia, como Urabá, Choco y el Alto Sinú.
María está sentada en un ranchito de palma. Se protege del sol porque aquí se vive, como mínimo, bajo 38 grados de temperatura. Fue analfabeta hasta los 33 años, cuando aprendió a leer y escribir. Desplazada, y sin embargo logró hacer realidad este lugar. Años atrás, en Montería, como desplazada, logró llevar los servicios públicos, un colegio y un centro de salud al barrio subnormal en el que vivía. Fue escogida como la Mujer Cafam 2004 y de ella, el presidente Juan Manuel Santos dijo en la ONU en 2013: “Hoy María Zabala es una líder valiente e inspiradora: una líder de las víctimas que trabaja por la paz”.
Es morena, de cabello crespo y ojos negros. Al recordar la tragedia que vivió, dice: “Es horrible cuando tú te acuestas en el bien, y al otro día viene la guerra a tu casa y te deja en la miseria más grande, con hijos desnudos y con muertos”. Cuando pasó todo, pensó que si ella había quedado viva tenía que ser para algo bueno.
Después de la tragedia no se detuvo. Esa noche durmió con sus hijos entre lo quemado. Al día siguiente caminaron hacia donde unos familiares que vivían cerca, pero se sintieron rechazados, así que se fueron para Montería. Empezó a lavar ropa ajena y a vender empanadas. Se fue convirtiendo en una líder, organizó a varias mujeres víctimas y así nació el sueño de Valle Encantado. En 1997, lideradas por Zabala, hicieron un préstamo para comprar una finca de 128 hectáreas, llamada ‘Duda del tomate’, el 70 % fue subsidiado y ellas tenían que pagar el resto. Lo consiguieron y se mudaron. A cada una le corresponden 8,5 hectáreas y sobreviven con lo que les da la tierra. Tienen espacios comunitarios como una ciénaga y un lugar para las reuniones. María vive en la casa más modesta: techo de zinc, piso de tierra y sin repellar. Esta así porque decidió que su casa era la última que se hacía, con lo que quedara, porque primero tenían que hacerse las de las otras viudas.
“En Valle Encantado hay una regla: cero violencia. Si hay un problema, lo solucionan hablando. Pero esta ley no es respetada por las bandas criminales que quieren el control de la zona”
Según el Gobierno, hasta el mes de marzo de 2015, más de 480 mil víctimas habían sido reparadas a través de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, que busca reparar integralmente a las personas que han sufrido daños, por el conflicto interno, desde el primero de enero de 1985. Hoy, las víctimas tienen un puesto en la mesa de La Habana, donde, desde noviembre de 2012, el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), negocian la paz del país. Por primera vez las víctimas y los victimarios se han visto de frente sin armas y disparos de por medio. María es una mujer que ha logrado reconstruir su vida y estuvo en La Habana en representación de los desplazados, en noviembre de 2014. Allí, regó tierra de Valle Encantado y dijo que se pusieran en sus zapatos, para que sintieran lo que dolía la guerra.
Pero el panorama no es del todo rosa. En el caso de María, fue indemnizada con un poco más de 20 millones de pesos, pero las tierras de Valle Encantado están endeudadas, aún deben el 30 %. Ellas piden que el gobierno pague la deuda. Antes, no tenían con qué pagar porque los proyectos agrícolas fracasaron, pero hoy no piensan hacerlo. No tienen cómo ni quieren saber en cuánto está la deuda que en 2010 estaba en 134 millones. Dicen que esa deuda no es de ellas, que ya la pagaron con sangre y aún no hay una solución porque, por ser María una víctima de antes de 1991, según la Ley de Víctimas, no le corresponde la restitución de tierras. Esto no es todo, las mujeres están en riesgo de un nuevo desplazamiento porque, según la Defensoría del Pueblo, la banda criminal Los Urabeños, también conocida como Clan Úsuga, tiene el control de la zona por ser un corredor estratégico para la comercialización de drogas.
—¿Qué es lo que más recuerda de su niñez?, le pregunto.
—Recuerdo que cuando hacían actos en el colegio del pueblo, me asomaba por donde fuera para verlos. Eran muy lindos. Me dolía porque no tenía eso y los otros niños sí.
Es partera, pero si hubiera podido, habría sido médica. Antes del desplazamiento, ya sabía coger puntos, poner suero y atender partos. Se siente importante cuando trae vida al mundo y ella misma dirigió el parto de la hija que llevaba en el vientre durante el desplazamiento. Lloró mucho porque era una niña que nacía sin padre y porque era la primera vez que lloraba a sus muertos.
Esa hija se llama Esther. Tiene 24 años, es una gestora de memoria y la vocera de la causa de las mujeres de Valle Encantado. De su mamá dice que es una consentidora, una mujer con la que se aprende a apreciar la vida, aunque uno esté en la peor circunstancia. Que ha sido vida y ejemplo, por lo que no es fácil estar a su altura. María, de su hija, dice que “no está muy cuerda porque cuando le entregaron los restos del papá fue el disparate, se tomó un veneno”.
Por su parte, Berlides Méndez, amiga y una de las mujeres que viven en Valle Encantado, dice que María es excelente como amiga y líder. Que cuando estaban muy mal en Montería siempre les dio aliento y confiaron en ella porque vieron a una señora de paz y a alguien que podía regresarlas al campo. Se sintieron identificadas por ser víctimas y por eso han seguido y seguirán su lucha.
A María le gusta la canción Los caminos de la vida, porque los que le ha tocado andar no son como los que se imaginó cuando se casó. Ella, que fue criada por su abuela, quería saber lo que era una familia completa. Cuando se enferma, sueña con su esposo. Algunas veces corren, huyen de algo, pero no sabe de qué. La tragedia, además, la dejó con terror al fuego. Una vez estaban quemando un cañaveral al lado de su casa, ella sabía lo que estaba pasando, pero salió corriendo y, cuando estaba lejos de su casa, se detuvo y se preguntó por qué corría si no pasaba nada malo. También odia todo el ritual de la muerte: le da rabia, no solo que la gente se muera, sino que sus familiares los lloren.
En el año 2009 le dieron la autorización para desenterrar a sus muertos. Se fue con sus hijos al lugar de la tragedia y los encontraron. Su hijo Juan Pablo le dijo: “mami, encontré a mi papá”. Lo reconocieron porque la ropa estaba intacta: una camisa manga larga verde y un overol. Pero los pudieron enterrar casi un año después, el 30 de mayo de 2010 y esa fue la primera noche que María durmió bien y pensó que ya se podía morir. Había cumplido su promesa.
En Valle Encantado hay una regla: cero violencia. Si hay un problema, lo solucionan hablando. Pero esta ley no es respetada por las bandas criminales que quieren el control de la zona. Días después de estar en Valle Encantado, supe que, por problemas de seguridad, María tenía que salir de Córdoba. Su vida corre peligro.
—¿Cómo le gustaría morir?, le pregunté.
— En mi cama o la de un hospital. De cualquier enfermedad. Lo que no quiero es que me maten como a mi marido.
María no quiere morir en manos de la violencia.
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