Como parte de una serie de entrevistas a los jóvenes escritores que se destacan dentro de una nueva generación creativa, muy diversa, en nuestro país, nos contactamos con Samanta Schweblin que, desde Berlín, donde vive actualmente, conversó con IdZ. A fines del año pasado fue publicado en Argentina su último libro de cuentos, Siete casas vacías. En 2014 publicó también la nouvelle Distancia de rescate, que se lee con la misma desesperación e incertidumbre que nos produce la tensión constante de sus cuentos y que nos mantienen en vilo hasta la última línea.
IdZ: Distancia de rescate fue primero un cuento de Siete casas vacías, ¿qué fue lo que te llevó a transformarlo en una nouvelle?
Simplemente, no funcionaba. Fue un cuento que reescribí muchísimo, ya no recuerdo cuántas veces, y no me conformaba. Fue en uno de esos tantos borradores que apareció la voz de David. Cuando David habló, lo ordenó todo. Cuando David le pregunta a Amanda, constantemente, ¿qué es lo importante?, también me lo estaba preguntando a mí. Obligándome a no bifurcarme, a avanzar lo más rápido posible pero también atenta a cada detalle. Descubrí que era una historia que necesitaba introspección, la revisión y la búsqueda que solo un diálogo intenso entre dos personas me podía dar, y sobre todo, necesitaba ciento treinta páginas más de las que yo estaba acostumbrada a manejar.
IdZ: ¿Tenés alguna opinión particular de este género? En varias entrevistas dijiste que elegís, con Siete casas vacías, volver al cuento, ¿de dónde parte esta elección para vos?
No lo siento como una elección. Es algo que trae la propia idea, creo que en el germen de una idea ya hay una pista del género, la extensión, la voz, el ritmo. De todas formas estoy muy curiosa con lo que está pasando con las nouvelles. Creo que lo mejor de mis últimas lecturas tuvieron que ver con este género. Hay una intensidad, que viene del cuento, y a la vez una profundidad, que da la extensión de la novela, que me resultan muy atractivas.
IdZ: Ricardo Piglia, en una entrevista, le otorgaba algunas características particulares al género de la nouvelle, que le distingue de la novela larga y del cuento, como la de mantener un secreto, “un sentido sustraído por alguien” alrededor del cual juega el texto y se construyen sus intrigas y sus redes, algo muy presente en tu escritura. ¿Cuál es tu visión?
Es muy interesante la distinción que hace Piglia entre cuento y nouvelle. La idea de un final que en el cuento coincide con el propio final del cuento, y en cambio en la nouvelle está puesto en otro lado. La ambigüedad extrema de la nouvelle, en la que nunca sabemos si la historia que pensamos que se ha contado es la que verdaderamente se ha contado. Pienso en algunas de mi nouvelles preferidas, como “Muy lejos de casa” de Paul Bowles, o “El nadador en el mar secreto” de William Kotwinkle, o “El ruletista” de Mircea Cartarescu, y son libros que cumplen perfectamente con estas tendencias.
IdZ: ¿Cómo fue el recorrido que hiciste hasta convertirte en escritora? ¿Por qué decís que fue una guerra con vos misma?
No recuerdo ahora a qué pude referirme con “una guerra contra mí misma”, aunque casi todo lo que hago tiene algo de esta eterna batalla. Empecé a escribir para desaparecer: si escribía, o leía, todo se me perdonaba. En la primaria, al que se distraía en matemáticas le ponían un cero, pero si yo escribía la profesora Elvira –que hoy en día sigue felicitándome y mandándome “besotes” por Facebook– me perdonaba cualquier tipo de distracción. En la secundaria estaba muy mal visto eludir los recreos y no sociabilizar, pero si te quedabas leyendo, o escribiendo, un aura de misterio perdonaba las desapariciones sin grandes castigos.
Después vinieron algunos talleres literarios, los primeros grandes maestros, y fui enamorándome de ese mundo, entendiéndolo de a poco. La carrera de cine también ayudó. Y por supuesto, mi paso por el taller de Liliana Heker.
IdZ: ¿A quiénes considerás tus maestros?, ¿qué escritores te influenciaron? Hay en tus primeros cuentos varios puntos de contacto con los cuentos de Salinger, ¿fue una decisión?
Siempre digo que tuve dos grandes influencias. Primero los latinoamericanos, con los que me enamoré de la literatura (Aldofo Bioy Casares, Antonio di Benedetto, María Luisa Bombal, Horacio Quiroga, Juan Rulfo, Felisberto Hernández). Y luego los norteamericanos, con los que aprendí a escribir (Flannery O’Connor, Eudora Welty, Hemingway, Cheevert, Salinger, Donlevy, Yates, Paley…). Luego, algunos raros que me marcaron muy fuerte, como Kafka, Dostoievski, Becket, Pinter… Y muchos descubrimientos nuevos que siguen influenciándome, como Agota Kristoff, Elizabeth Strout, Amy Hempel, Colm Toíbín…
IdZ: Cuando empezaste a escribir, ¿pensaste que iba a gustar tanto tu literatura, que iba a tener tanta repercusión? ¿Cómo te llevás con eso?
No, no. Por supuesto que no. Es que la idea de dedicarme a la escritura ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Por eso incluso me puse a estudiar cine, cuando en realidad ya estaba muy compenetrada con la escritura. La repercusión de los libros da muchos lectores, y eso siempre se agradece. Tiene una contracara para mí desconocida hasta ahora, y es que el tema de las entrevistas y los compromisos sociales empiezan a ocupar un lugar más importante en la agenda, y son cosas que nunca me gustaron demasiado. Pero qué más puedo pedir, estoy viviendo de lo que me gusta, y de lo que considero que mejor sé hacer, es un gran privilegio.
IdZ: A pesar de vivir en Alemania seguís situando tus historias en Argentina, en Distancia de rescate tocás una problemática muy propia de Argentina como son las consecuencias del uso de agrotóxicos en el campo. ¿Qué te llevó a cruzar tu nouvelle con esa cuestión? ¿Tiene que ver con hacer una denuncia social?
Vivo en Alemania pero sigo pensando y escribiendo en Argentina, y creo que será así por lo menos por un tiempo más. Hoy por hoy necesitaría un excusa muy fuerte para escribir sobre Alemania, porque mi mundo sigue estando anclado en Argentina.
Lo primero que surgió durante la escritura de Distancia de rescate fue la relación entre Amanda, Carla, Nina y David, y todo el tema de las migraciones. El glifosato fue una búsqueda posterior, cuando entendí el tipo de accidente que estaba necesitando para contar esta historia. Pero llegué a él por mis propias preocupaciones como ciudadana argentina. Hacía tiempo que venía siguiendo con espanto las políticas sojeras y las consecuencias nefastas de las fumigaciones con glifosato en la gran mayoría de los productos que consumimos. Así que fue un gran alivio poder volcar algo de todo ese horror en el libro. Estuve tentada de poner nombres y marcas muchas veces, pero la literatura no puede ser informativa con estas cosas. Si logro transmitir algo del horror que me provocó como argentina entender lo que esta pasando en este momento en el campo argentino, me doy por satisfecha.
IdZ: ¿Qué es lo importante para vos a la hora de escribir? ¿Cómo lográs construir esa tensión que atraviesa toda tu literatura y que nos hace leerte al borde de la silla de principio a fin?
Me gusta la tensión, quizás porque soy muy distraída y necesito que un texto me sostenga fuerte, me demande, me envuelva. Es algo que siempre exigí como lectora. Y con tensión no me refiero a la intriga del thriller o del terror. Hay algo más, a veces incluso puede ser muy sutil. Esa sospecha de que se descubrirá algo nuevo, o de que en la travesía podríamos pensar en algo en lo que nunca antes habíamos pensado. La gratificante sensación de que, a cambio de nuestra lectura, el texto nos devuelve algo. Así que cuando escribo busco también esto, es que creo que la literatura siempre gira alrededor de estas energías de la tensión y la atención.
IdZ: En varias de las entrevistas a escritores y escritoras que hicimos en esta revista repetimos la misma pregunta, que es también una discusión que los atraviesa, sobre la llamada “nueva narrativa argentina”, ¿te sentís parte de ella? ¿Existen para vos cosas en común en esa nueva generación de escritores?
Me siento parte de una generación a la que le ha tocado vivir cambios y experiencias comunes. Los primeros y no muy productivos entreveros entre literatura e internet, la fluida comunicación con otros escritores de Latinoamérica, el disparo de nuevas y muy buenas editoriales independientes que le devolvieron a los libros la espontaneidad, la diversidad y la calidad que los grandes monstruos editoriales habían ido lavando. En ese sentido han pasado muchas cosas que nos marcan y nos forman como generación. Pero creo que en el sentido estricto de la escritura somos heterogéneos, escribimos desde mundos, géneros y poéticas muy distintas. También, en general, somos una generación que se lee mucho entre sí, y se lee bien. Quiero decir, se lee con apertura, nutriéndose y pensándose a sí misma con generosidad y curiosidad, más allá de los géneros, las políticas y las estéticas.
IdZ: Dentro de esos nuevos escritores destacados hay varias mujeres, aunque en el género de la literatura fantástica o del absurdo, que trabaja, como lo hacés vos, en ese límite entre lo real y lo extraño, predominan los hombres. ¿Cómo es para una escritora entrar en este universo? ¿Te tocó lidiar con estas etiquetas sobre lo que debería escribir una mujer?
Por supuesto. Bajo la etiqueta de cuentista, a veces te preguntan si escribís “cuentitos para chicos”. O hay que bancarse que, como halago, a una le digan que escribe como hombre. Pero es parte del juego, todos lidiamos con las etiquetas, los hombres también. Y a veces –en algunos ámbitos– luchar contra ellas también es subrayarlas. Creo que en literatura lo mejor que podemos hacer las mujeres para ganarnos nuestro espacio es escribir lo más genuina y furiosamente posible.
IdZ: En una entrevista en La Nación dijiste que estás muy alejada de la academia, que no te sentís para nada una intelectual, ¿podés contarnos más sobre eso?
Es que tengo un gran respeto por la academia, por los teóricos. De verdad, hay que salir de Argentina para entender –y esto siempre hablando en líneas generales–, lo analíticos, profundos, y complejos que somos a veces los argentinos cuando nos sentamos a pensar. Admiro eso, y quizá lo admiro tanto porque justamente me siento bicho de otro rebaño. Mi formación “artística” –si es que existe algo así– empezó a mis seis años, de manos de mi abuelo materno, que era artista plástico, grabador. Mi formación viene de un taller en el que se trabajaba con tintas, chapas, ácidos, buriles. Vengo de una familia de artistas plásticos y se me entrenó desde chica para ese mundo de lo visual, de lo tangible.
Entrevistó: Letizia Valeiras.
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SAMANTA SCHWEBLIN
Parte, de alguna manera, de la nueva –y diversa– generación de escritores argentinos, Samanta Schweblin, de 38 años, nació y creció en Hurlingham, estudió Diseño de imagen y sonido en la UBA, y aprovechó cada viaje a la facultad y a la casa de su abuelo para leer compulsivamente: cuenta en una entrevista que ni siquiera levantaba la vista del libro para sacar el boleto de colectivo. Estudió con Liliana Heker y publicó en 2002, con apenas 24 años, su primer libro de cuentos, El núcleo del disturbio, que escribió entre los 18 y los 19, con el que había ganado el primer premio del Fondo Nacional de las Artes el año anterior. Su cuento “Hacia la alegre civilización de la capital” ganó también el primer premio en el Concurso Nacional Haroldo Conti. En 2008, Pájaros en la boca, su segundo libro de cuentos, la convirtió en ganadora del premio Casa de las Américas; fue publicado al año siguiente y traducido a 13 idiomas. En el año 2010 publicó un relato en la editorial uruguaya La Propia Cartonera y fue elegida como una de las mejores escritoras jóvenes en español por la revista Granta.
Resultó ganadora de diversos premios y reconocimientos más durante 2012 y 2014 y 2015, entre ellos el premio internacional Rivera del Duero, por Siete casas vacías y el premio Juan Rulfo, otorgado por Radio Francia Internacional junto al Instituto Cervantes de París, la Casa de América Latina, el Instituto de México, el Colegio de España y Le Monde Diplomatique, entre otros, por su cuento “Un hombre sin suerte”, parte de su último libro, Siete casas vacías, publicado al año siguiente de su única nouvelle, Distancia de rescate. Con muchos de sus relatos traducidos al inglés, francés, sueco y alemán, fue becada por diferentes instituciones, lo que la llevó a vivir en México, China, Italia y Alemania, donde aún permanece en la actualidad, dictando talleres de escritura para el público de habla hispana en Berlín. Durante estos días está dando en Buenos Aires un taller sobre “Tensión y fuerza narrativa” en el Espacio Enjambre.
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